El grito rojo de la noche

Descripción

El desgarramiento que recorre este Grito rojo de la noche no escatima golpe a las palabras y a lo que ellas designan, desde el espacio mítico hasta la tolvanera de los días más arrastrados.

El testigo impávido ve con el estilete de los ojos la turbulencia existencial de un mundo humano en proceso de corrosión, donde ídolos y dioses por igual habrán caído con nosotros: “El humano debe re-crear al humano, para forjarse una razón y poder dialogar con su vacío”. Sensible a los estímulos de la belleza que se hurta, quizás horrorizada de lo que en el mundo acontece, el grito de estas páginas también abre espacio a la sencillez esperanzada: “El brío,/ lo que solloza y mata,/ lo que envejece,/ lo que sonroja y abrillanta,/ germina en un parque/ jugando a la pelota”.

Bien que admite que “los caminos de lo bello son infinitos”. Y aún en desasosiego y amor suspendido, encuentra contradictorios porqués de los cuales duda. Más allá del desencanto, el gesto de Prometeo y la tozudez de Ícaro se antojan inútiles. El dolor acecha: “La sangre que baja del mástil/ te resbala por los labios/ y el odio, que sabe a por qué,/ anega todos los senderos”.

La salida vital o la destrucción definitiva están, si en alguna parte, de cara a la humanidad que tan mal decide, que tanto se equivoca pero no se rinde, quizás porque no puede hacerlo: “Sangraba angustia para reparar el daño de la existencia/ pero nunca supo si aquellas navajas venían de su pecho/ o si las trajo el viento”.

HERMANN BELLINGHAUSEN